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«De cruces y choques culturales» |Una reflexión sobre el mestizaje y la literatura

por ACESCRITORES

Por Antonio Álvarez Gil

Soy partidario del cruce de culturas, del mestizaje y el intercambio que enriquece las tradiciones propias con las de pueblos de otras partes del mundo. Me gusta conocer y compartir las costumbres, ritos y fiestas de las gentes entre las que he tenido la suerte de vivir. Conozco algo de la historia de Europa y de América, y estoy siempre dispuesto a aprender de quienes me rodean. Bienvenido lo nuevo, lo hermoso y lo diverso, siempre que sea bueno. Dicho esto, no puedo dejar de compartir cierta inquietud ante la preeminencia cada vez más incuestionable de cierta “cultura de masas” en el gusto de los pueblos del mundo.

Entiendo que cultura y dinero son dos conceptos que se llevan bien. Pero sería interesante que los intelectuales europeos dedicaran unos minutos a pensar en los procesos de asimilación y predominio de unos gustos sobre otros, que se detuvieran un instante y echaran un vistazo a su mundo —a este maltrecho mundo occidental— para tomar nota del modo en que sus pueblos se dejan dominar hasta la médula por las más ramplonas expresiones de culturas y tradiciones distantes, expresiones que deberían resultarles extrañas y, en cierto sentido, mucho menos interesantes que las suyas propias.

antonio-alvarez-gil-otrolunes-conversa1-otrolunes36Durante mis años de vida en Suecia fui testigo del ímpetu con que puede ocurrir este proceso de asfixia de una cultura por otra. Allí casi cualquier manifestación de arte anglosajón —por muy pedestre que fuera— era tenida en cuenta para ser traducida y suministrada al público local. A causa de la “ostensible” importancia de esta área lingüística, la inmensa mayoría de los libros, las películas y los seriales de televisión —para no hablar de la música— consumidos por la población del país proviene casi exclusivamente de los Estados Unidos o, en menor medida, de Gran Bretaña. Para el resto del mundo apenas queda espacio. (No hablo del premio Nobel de literatura, que, por supuesto, no está al alcance de cualquiera). Yo no podría precisar cuándo comenzó este proceso de asimilación; pero de lo que sí estoy seguro es de que está en pleno apogeo, y de que se hará más fuerte con el paso del tiempo. El caso de la música es tan conocido que casi no vale la pena comentarlo. Diré sólo que en mi querida Suecia es raro oír por la radio una canción en lengua sueca. Incluso en los programas televisivos donde compiten cantantes aficionados se da por descontado que los temas que han de interpretarse son temas con letra en inglés y con la consabida música del rock o el pop “internacional”. Cualquier otra cosa es una rareza digna de un museo, una rareza condenada de antemano al fracaso.

Cuando me mudé para España comprobé algo que ya intuía desde antes: la península Ibérica está menos expuesta a la influencia cultural anglosajona que los países del norte de Europa. Esto, sin embargo, parece estar cambiando. No es extraño, teniendo en cuenta que el progreso viene casi siempre del norte. Así, procedentes de esas regiones del planeta, a España llegan vientos que arrastran olas de literatura inane, sosa, malamente escrita y peor traducida, literatura sin valor literario, libros llamados “de entretenimiento” y llamados a estimular el empobrecimiento intelectual del pueblo. Libros que triunfan y autores que se instalan firmemente en las casas editoriales y, como consecuencia de ello, en el gusto de la gente.

Soy escritor y sé perfectamente que todos queremos vender libros. De acuerdo; pero ¿no se podría, aun así, ser un poco más fiel a nuestra cultura y nuestras tradiciones? En fin, allá cada cual con lo que escribe.

Hace poco me cayó en las manos una novela cuyo título no viene al caso mencionar aquí. Era un libro de buena planta, con tapa dura, portada sobria e impecable edición. A primera vista parecía una de esas traducciones de best-sellers de escritores angloparlantes que abundan tanto en las librerías de cualquier país occidental. Como es sabido, tales libros conforman gran parte de la oferta “literaria” propuesta a los amantes de la lectura. En fin, un libro como tantos, solo que en este caso el nombre del autor era de inconfundible identidad hispana.

Como esto no es una reseña sobre la novela de referencia, diré solamente que la acción se desarrolla en una gran ciudad norteamericana, que los personajes son todos norteamericanos, que hablan como suelen hablar los norteamericanos en las ya mencionadas novelas o películas “de acción” y, finalmente, que está escrita del modo exacto en que nos suelen llegar las traducciones de las novelas norteamericanas sobre temas similares. Y esto —precisamente esto— fue lo que más me molestó del libro; de hecho, lo que me hizo dejarlo a un lado. Me pregunto por qué no se puede escribir sobre otros países, sobre los conflictos de sus gentes, sobre tramas que acontezcan allí, y seguir siendo un escritor de tu lengua, de tus tradiciones literarias y del buen manejo de los recursos del idioma español. ¿Acaso para hablar de Norteamérica hay que imitar el estilo simplón de ciertos escritores de aquel país? Sé que la literatura de tales maestros vende allá, que se traduce y vende aquí también. Pero somos quienes somos y no otros, por mucho que lo queramos aparentar o ser.

Soy escritor y sé perfectamente que todos queremos vender libros. De acuerdo; pero ¿no se podría, aun así, ser un poco más fiel a nuestra cultura y nuestras tradiciones? En fin, allá cada cual con lo que escribe.


Antonio Álvarez Gil es escritor. Su última novela es Callejones de Arbat (2016).

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