Por: Alberto Castilla
Con motivo del 150 aniversario del nacimiento de Valle Inclán (1866-2016).-
Tan afectado y decepcionado se sintió Valle Inclán por su marginación como autor y por la escasa e inadecuada interpretación de sus obras las pocas veces que fueron representadas que, en una entrevista de 1927, se negaba a ser considerado “autor dramático”, afirmando publicar siempre sus “obras en diálogo, con acotaciones que bastasen a explicarlas por la lectura, sin intervención de histriones”, refiriéndose a sus obras ya estrenadas, como “lamentable accidente.”
En realidad, Valle Inclán, que, a lo largo de su trayectoria como autor dramático, había rechazado los postulados del teatro comercial y participado en los ensayos e iniciativas renovadoras de su tiempo, siempre había aspirado a llevar sus obras a la escena, sabía que el destino final de la escritura dramática es la representación. Hasta que, frustrado todo intento y juzgado su teatro como “irrepresentable” (algunas de sus obras no pasaron a la escena en vida de Valle, y otras tuvieron estrenos difíciles, desiguales, escasos), concluyó atrincherado en el inaccesible escenario de su escritura dramática, desde la que cuestionó las propuestas, métodos y sistemas de producción teatral de su tiempo.
Esa actitud extrema no excluía, como en su tiempo pensaron muchos, la posibilidad del espectáculo teatral, ni mucho menos implicaba que su teatro fuera “irrepresentable”, sino que, como el tiempo ha venido a mostrar (y como le sucedió, por ejemplo, a Cervantes con sus Entremeses), su propuesta era demasiado avanzada para su época, un auténtico reto que sus contemporáneos no pudieron asumir, y cuyo mensaje y legado estaba reservado para futuras generaciones.
En el período de postguerra el teatro de Valle siguió sufriendo el olvido y el abandono. Se mantenía el mito de “autor oscuro” y “no representable”, y cuando en la década de los cincuenta comienza, ocasionalmente, la representación de sus obras en teatros comerciales y nacionales, se producía previamente la censura de frases y la mutilación de escenas por parte de los censores de turno, principalmente por situaciones o alusiones de tipo erótico, político o religioso, e incluso, en ocasiones, la autocensura por parte de los propios realizadores.
En ese período fueron los teatros universitarios (TEU) los que realizaron un mayor esfuerzo para llevar a la escena su teatro, a destruir el mito y los prejuicios de su irrepresentabilidad, y a difundir la voz de Valle, siendo a veces punta de lanza en la tarea de oposición al franquismo.
La puesta en escena de Los cuernos de don Friolera por el TEU de Madrid bajo la dirección de Juan José Alonso Millán, en el Festival Nacional de Teatro Universitario, celebrado en Murcia en 1959, era acogida por la prensa como un intento de “volver a los insultos de instituciones tan fundamentales como, por ejemplo, el ejército”. El mismo diario, La Verdad, de Murcia, en su editorial de primera página del 1 de abril de 1959, titulado Protestamos, el comentarista afirmaba en relación a aquella obra:
Ayer protestábamos enérgicamente en nuestra sección de teatro del bochorno a que se ha sometido nuestra ciudad en plenas fiestas tradicionales, por unos grupos de Teatro Universitario forasteros, pero españoles, que nos han venido a representar unas obras de todo punto rechazables y que han ofrecido uno de los más lamentables espectáculos que hayamos presenciado en varios años […] Ni por las obras, ni por las personas que han hecho la elección, ni por el fin de las representaciones, ni por el público a que se destinaba, y que merecía un mayor respeto, se debieron representar estos reales y auténticos esperpentos, que no podemos admitir que sean, ni por lo más remoto, en caricatura o sin ella, “lo más profundo y popular del iberismo”, “las esencias inconmovibles de la raza”, con una lastimosa ligereza escribió alguien ayer mismo en letras de molde. (¡Qué dolor tan hondo que esto lo digamos todavía veinte años después del cambio radical de España. El cambio que don Ramón del Valle-Inclán y compañía se esforzaron en evitar!) Pero, lo que más nos duele es que sean nuestros universitarios quienes echen en su bagaje artístico y formativo esta clase de obras”.
Unos años después, en 1964, el TEU de Zaragoza, que había representado Las galas del difunto y La hija del capitán, en un montaje espectacular de Juan Antonio Hormigón, destacado por la prensa local y nacional, y que acentuaba su sentido crítico y político, era prohibido en el Certamen de Teatro Universitario celebrado en Sevilla.
En el exterior, tanto en Europa como en América, su teatro era descubierto y aclamado. En 1963, el Théâtre National Populaire, de Jean Vilar, bajo la dirección de George Wilson presentaban Luces de bohemia en París y Avignon; Divinas Palabras obtenía en 1965 el Gran Premio del Festival Mundial de Teatro Universitario, presentado por la Universidad Nacional de México bajo la dirección de Juan Ibáñez.
Por mi parte, en el transcurso de 22 años, cinco fueron las puestas en escena en España y América, iniciada con La cabeza del Bautista, 1957, con el TEU de Zaragoza, a la que siguieron El embrujado, TNU, 1964; Los cuernos de don Friolera, Universidad Nacional de Colombia, 1966; Tirano Banderas (adaptación de E. Buenaventura, 1968; y La rosa de papel y Ligazón, Teatro Hispánico de Mount Holyoke College, 1979. Todas ellas comentadas en el presente ensayo, en el que también incluimos una mención a un texto de teatro invisible, nunca representado, escrito en colaboración por José Antonio Durán y por mí, en circunstancias únicas y muy difíciles, que recientemente ha sido publicado por la revista Don Galán, con una introducción de Jesús Rubio, catedrático de la Universidad de Zaragoza, en Don Galán (Revista de Investigación teatral del CDT, en su número 5).