La Asociación Colegial de Escritores rechaza el contenido de la sentencia del Tribunal Supremo de Estados Unidos relativa al proyecto Google Books por suponer una utilización de las obras de millones de autores de todo el mundo, incluídas las de los que publican en el universo del español, con fines lucrativos sin respetar los derechos de autor y sin el consentimiento de los autores. Al respecto se ha pronunciado la entidad de gestión de derechos CEDRO, a través de delcaraciones de Magdalena Vinent, su directora general el pasado 20 de abril afirmando que el fallo del Supremo de EEUU a favor del coloso tecnólogico «no tiene encaje en la legislación europea».
Por la importancia de esta sentencia, que beneficia a uno de los gigantes del mundo digital y de la «gestión» de la realidad de Internet, reproducimos a continuación un artículo de Carlos Muñoz Viada, Asesor Jurídico de ACE
NOVEDADES EN RELACIÓN AL PROYECTO GOOGLE BOOKS
Por CARLOS MUÑOZ VIADA.
Muchos autores y editores habrán tenido la oportunidad de conocer estos días la noticia que ha salido en todos los medios de comunicación y que informa sobre la sentencia dictada por el Tribunal Supremo de EEUU en el conflicto surgido entre la empresa Google y el Sindicato de Autores Americano en relación al Proyecto Google Books.
Este proyecto del gigante tecnológico tiene como objetivo digitalizar millones de libros e incorporarlos a una base de datos, a través de la cual, los usuarios, podrán acceder a información sobre la obra, así como a algunos extractos de la misma. El problema es que esto se ha hecho sin contar con el consentimiento de los autores o editores de las obras.
Pues bien, en opinión del juez Denny Chin, el proyecto de librería virtual Google Books, que permite a los usuarios buscar libros y leer extractos y páginas seleccionadas, supone un «uso justo» de las leyes sobre los derechos de autor.
Sin embargo, en mi opinión como abogado especializado en derechos de autor, esta afirmación no es cierta, pues la sentencia no sólo perjudica los derechos de los autores, sino que además, beneficia solamente a determinados actores de todos los que participan en el proceso de comercialización de una obra.
Es cierto que, cuando hablamos de novelas, el perjuicio directo que se causa al autor no es mucho, ya que nadie va a leer una novela de la que no puede ver la mitad de las páginas, pero cuando hablamos de obras técnicas o científicas, el daño puede ser muy mayúsculo. En cualquier caso, ya sean unas u otras obras, en ambos casos se estará reproduciendo y utilizando, sin el consentimiento del autor y sin que ello le reporte ningún beneficio, partes protegidas de su creación intelectual.
¿Y por qué se hace esa reproducción? ¿Por altruismo? No, por supuesto que no. Se hace por un claro interés comercial. Porque, si una vez encontrada la obra que me interesa, decido comprarla, otra de las cosas que ofrece Google Books son diferentes enlaces para adquirirla. Entre esos enlaces está, por supuesto, el propio Google, a quien se puede comprar la obra de forma directa, y hacerle el negocio de forma directa. Pero no sólo esta esa empresa, sino que también aparecen tres o cuatro enlaces más, por supuesto, todas grandes distribuidoras, que son las únicas con capacidad para financiar y publicitarse a través de esta plataforma. Lo que nunca encontraremos es un enlace a las librerías de barrio, o las librerías universitarias locales.
Es decir, Google y las grandes distribuidoras y vendedoras de contenido cultural van a ver incrementadas sus ventas gracias una estrategia comercial consistente en regalar algo que no es suyo: parte del contenido protegido creado por otros. Porque en realidad, estas empresas estarán haciendo publicidad con obras supuestamente protegidas por los derechos de autor, pero sin pagar nada por esa utilización.
Supongo que con esta sentencia, dentro de poco la comercialización de las obras culturales estará en manos de unas pocas empresas, que serán las que, además de imponer sus condiciones, decidirán qué, cómo y cuándo hay que consumir lo que ellos llamarán “cultura”.
En fin, otro día negro a sumar al triste calendario de los creadores, de los autores y de los consumidores de la libertad cultural.