Un dilema de tres familias entrelazadas por recuerdos oscuros remotos que acompañan la infancia de sus protagonistas. Un juego de espejos entre dos generaciones se heredan secretos, heridas y venganzas en torno a un incendio y a una sepultura. Arturo Santamar que, a sus veinticinco años de edad, se ve obligado a regresar a la isla de Tenerife por la muerte de su padre, el conde de Aguablanca, para heredar su patrimonio a pesar de haber prometido no volver a Canarias. Es 1905 y llega a la capital, Santa Cruz, que recibe en estos años la electricidad, los primeros vehículos y multiplica sus hoteles para los turistas que buscan descanso, remedios y un clima benigno en medio de las rutas atlánticas que abrazan su puerto. Se convierte en socio de la Imprenta Benícez, una industria próspera fundada por don Jacinto Benícez, hombre relevante de la ciudad que ha creado varios negocios con la colaboración de sus hijos, entre los que se halla Bibiana, una joven inquieta y rebelde que participa con entusiasmo en la redacción de los periódicos y las encuadernaciones de la imprenta. Con su regreso, Arturo debe enfrentarse a los recuerdos desolados de una niñez descarnada bajo la crueldad de su padre y la orfandad de su madre a los pocos meses de nacer. Pero logra reunir las fuerzas para enfrentar el secreto que rodea la desaparición de su progenitora, Adela de Barzal, una mujer desconocida para él por la prohibición de su padre a mencionarla.

Claude Dufour, explorador francés, recibe atónito desde Cuba la carta de un amigo, Julien de Marivaux, muerto trece años antes tras la expedición a Canarias en 1724 que situó el Meridiano de Origen en la Isla de El Hierro. Así se despertaron todos los secretos que les unió a Emilia, la joven canaria que encendió los desvelos de ambos jóvenes.