Imagen de Dorotea
Por: Juana Vázquez
Miguel de Cervantes fue un hombre avanzado que se adelantó a su tiempo, y al que su pasión por la libertad llevó a configurar la mayoría de los personajes femeninos de Don Quijote, según sus principios de independencia y libertad.
El escritor estaba muy lejos de los modelos de mujeres que presentaban los escritores de entonces. Su actitud ante la vida era una actitud avanzada. Sobre todo, si lo comparamos con Lope de Vega, Tirso de Molina, Quevedo... y no digamos con el posterior Calderón de la Barca, quienes proyectaban en sus obras una concepción de la mujer cavernícola.
Consecuencia de esta actitud avanzada, es que la mayoría de los personajes femeninos de este libro de libros saben leer y escribir. Sólo son analfabetas, Teresa Panza, Sanchica, Aldonza Lorenzo y Maritornes. Sin embargo, las damas de aquellos siglos, en un 90%, no estaban alfabetizadas.
Letradas o analfabetas, señoras o criadas, ricas o pobres, campesinas o aristócratas, las féminas de Don Quijote son sujetos de pensamientos y actitudes autónomas, viven dignamente en el nivel que les corresponde por su origen, y aunque éste se sitúe en el peldaño más bajo de la escala cultural y social, se muestran seguras de sí mismas y lo viven con gallardía y autoestima.
Cervantes les da vida como sujetos y por lo tanto no están atadas a ningún convencionalismo social o cultural que se sitúe por debajo de su dignidad como personas. No era así, para las mujeres de carne y hueso de aquellos siglos. Y es que con Cervantes la mujer cambia su papel de “objeto” pasivo a “sujeto” activo.
Entre estas damas cultivadas y seguras de sí mismas de Don Quijote, en donde se cumple de una forma más radical el pensamiento de un Cervantes anticipado a su tiempo, es en el personaje de Marcela que encabeza su manifiesto con el famoso grito: “Yo nací libre”. La zagala reivindica, el privilegio de vivir sin trabas, sea soltera, casada u holgando a su antojo de lo que llama su libre condición.
Este que sigue, es un fragmento de su discurso a los amigos del fallecido Crisóstomo, que se suicidó porque ella no lo aceptaba como futuro marido: «El cielo aún hasta ahora no ha querido que yo ame por destino, y el pensar que tengo que amar por elección es excusado.(…) Yo como sabéis tengo riquezas propias y no codicio las ajenas; tengo libre condición , y no gusto de sujetarme (…) Y en diciendo esto, sin querer oír respuesta alguna , volvió las espaldas y se entró por lo más cerrado de un monte».
¿Dónde en un siglo de analfabetismo, existen unas mujeres, además de libres, con destrezas propias de letradas e instruidas, iguales que los personajes femeninos de Don Quijote?, pues las féminas de este tiempo, como manifiesta el padre de una dama casadera, en la comedia de Calderón: No haya burlas con el amor, debían prescindir del terreno intelectual, ya que le estaba prohibido por pertenecer al hombre. Lo suyo era la vida cotidiana ubicada en el espacio privado y atender a sus labores caseras.
De esta forma tan sintetizada lo dice el citado padre acerca de su “querida” hija:
«Bordar, labrar y coser
sepa sólo: deje al hombre
el estudio».
Hoy todavía quedan flecos, en la idea de que la mujer es la apropiada para realizar trabajos caseros. Por ejemplo, hace poco se leía en la prensa que una compañía aérea ha rechazado contratar hombres como auxiliares de vuelo en sus aviones. Alegan que prefieren que sean mujeres las que atiendan a los pasajeros. Seguramente, piensan que se les da mejor que a los hombres, servir las comidas, las bebidas, traer una mantita al viajero, una almohada, algún analgésico, en fin, servicios domésticos…
En resumen, si la libertad que otorga Cervantes a las damas en Don Quijote, que las hace salir a los caminos “solas y señeras”, hubiera servido de ejemplo para muchos escritores de todos los tiempos e incluso para los medios de comunicación de nuestros días, que todavía hoy deslizan en sus páginas frases como “mujeres cuota”, “ministras Vogue”, etc., etc., mejor nos hubiera ido.
Seguramente, mucha de la violencia machista estaría extinguida, pues ésta se basa, sobre todo, en utilizar a la mujer como un objeto que pertenece al marido, algo así como el coche, el video o el ordenador, y no como sujeto de acción y libre albedrío.
En la comedia, El castigo sin venganza, de Lope de Vega se aprecia esta actitud machista, que por desgracia, hoy, cuatro siglos después, sigue existiendo. Así se queja una fémina de los maridos:
“En tomando posesión (de la esposa)
quieren en casa tener
como alhaja la mujer,
para adorno, lustre y gala,
silla o escritorio en sala…
y es término que condeno…”
Para muchos no ha cambiado esta concepción de la mujer, y siguen sin admitir su libertad como sujetos. Hace poco leía en una entrevista que le hacían en “Mujer Hoy” a una psiquiatra, Marie-France Hirigoyen, experta mundial en maltrato y acoso, en la que decía: “Se supone que cuanto más libertad tengan ellas, menos violencia debería existir dentro de la pareja, pero esto no es así, porque los hombres se resisten a aceptar esta libertad de la mujer” ¿Hasta cuando…?