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Hoy buscarás en vano. En la muerte de Guadalupe Grande

por ACESCRITORES
El fallecimiento de Guadalupe Grande, poeta, ensayista y gestora cultural, asociada de ACE, cierra un círculo de muertes que no sólo diezman nuestro paisaje literario, sino una visión de la vida y de la cultura de la que formaban parte Félix, Paca y ella. El autor realiza un hermoso homenaje al que se suma la Asociación.
© ANTONIO CRESPO MASSIEU

En la tarde del 2 de enero de 2021 moría, en el hospital Clínico de Madrid, Guadalupe Grande. La terrible noticia se iba abriendo paso, poco a poco, por móviles, mensajes… entre la incredulidad, el estupor y una infinita desolación. Quedaba un vacío, un hueco atroz, una ausencia de palabras. Tampoco hoy tenemos palabras o son precarias, inciertas, inexactas. Pero es necesario, te lo debemos Lupe, escribir lo que no podemos decir, lo que ahogan las lágrimas.

Guadalupe Grande con Francisca Aguirre. Ondarribia, 2006

Pero, ¿qué podemos abrir con esta llave de niebla que tenemos atravesada en la garganta? Tú la tenías y a pesar de ello fuiste capaz de oír “el sonido subterráneo/ de las aves migratorias/ que abren sin llave alguna las puertas de esta ciudad, / sin llave, / por fin/por fin/ por fin.” Hija de la memoria, decías: “yo he aprendido a deletrear el mundo en las trenzas de mi madre, en este nudo de historia que yace, desde 1942, en el mostrador”, lo decías en esta tienda de los desamparados donde ahora estamos con sólo tu palabra y tu memoria. Y con ella la de Félix, la de Paca y la de don Lorenzo Aguirre. Hay que aprender a ver. Aquí estamos leyendo la memoria, la piedad y la esperanza en la palabra que nos dejaste. Escuchamos, gracias a ti, en el borde de la herida, los maullidos obcecados del desvalimiento y la injusticia y esas gatas que “siguen pariendo sin parar y paren onomatopeyas que al fondo del jardín resuenan como las tablas de la ley.” Y sabemos que toda palabra “es una onomatopeya indescifrable, una persecución en la sombra.”

Guadalupe Grande. Foto de Carmen Ochoa.

Guadalupe Grande nos deja una obra esencial en el panorama de nuestra poesía contemporánea. Desde El libro de Lilit, 1995, hasta La llave de niebla, Mapas de cera, Hotel para erizos, Sucedió mañana… Y una obra en el campo de la poesía visual- collages, montajes audiovisuales- de una belleza y capacidad de evocación extraordinaria. Palabra e imagen para atravesar las sombras, las heridas abiertas de la historia, el sonido subterráneo de las cosas, la luminosa belleza del mundo; abierta a todas las preguntas, una fidelidad a la palabra, a su misterio, ese alfabeto oculto del mundo que los poetas, los grandes, los que viven en la búsqueda, la espera, la incerteza nos dejan como un incomprensible estallido de verdad y belleza. Lupe habitó ese territorio. Y en él la dignidad de quienes, como ella misma, no renunciaron, no renuncian, y rescatan huellas, improbables memorias de coraje: “No es el ciclista quien viaja sobre las ruedas del animal, es la asamblea de los 800, la sinagoga en la campana del tren diciendo que no, los belfos de la dignidad y los cordones de Primo Levi.”

Ahora nos quedan sus versos -esa misteriosa eternidad de poetas- y la memoria de su presencia, su palabra, su generosidad y su belleza. Pero nos ahoga, y hasta qué punto, su ausencia. Hoy la calle de Alenza, la calle de la poesía y la amistad, está desierta; la laica trinidad de nuestra poesía, los seres admirables y las voces que allí vivieron –Félix Grande, Paca Aguirre, Guadalupe Grande– ya no están. En apenas cinco años nos han dejado. Parece mentira, pero es verdad. Tal vez, si hay un espacio para la bondad, la lucidez y la generosidad, puedan habitarlo.

Pero se han perdido ya subiendo trescientos escalones, como se perdió la infancia de Paca, el indefenso insomnio de Félix y la niña arropada en sus nueve años que fue Guadalupe. Las casas de Alenza están vacías. Y siento como nunca los versos de Antonio Machado que hice míos con Félix: “Hoy buscaras en vano/ a tu dolor consuelo.”

Nosotros no sabemos abrir sin llave las puertas de esta ciudad. Aunque tal vez sí, puede que nos la hayas dejado en tus versos; tan sólo tenemos que leerlos, saber escuchar y comprar ceniza para los ojos con la que aprender a ver. Puede que la respuesta esté en tu palabra. En esta memoria herida que hoy nos acompaña.

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