JOSÉ ELGARRESTA
En el mundo actual sobran palabras, pero uno ya no sabe si por exceso o por defecto. Probablemente, por exceso de las banales y por defecto de las que significan algo, como sucede en casi todos los aspectos de la vida y es que, si el valor se midiera por los esfuerzos realizados para la evasión del pensamiento, no cabe duda de que nuestra época es una de las más heroicas. Como dirían Groucho Marx o Woody Allen, hay que ser un héroe para sumergirse en la mediocridad con tanta convicción y de estos titánicos esfuerzos surge la figura del antihéroe, que es el héroe moderno por excelencia: el hombre que, acosado por los poderes mediáticos hasta los últimos recovecos de su existencia, tiene que huir de sí mismo para convertirse en una prolongación de la masa. Ya no es la persona la que habla, siente o padece, sino que es ese algo innominado y por tanto inmortal lo que dicta las normas de lo mal o bien visto, de lo aceptable o inaceptable y ¿hay algo más inaceptable que la mera mención de la muerte con las inevitables consideraciones sobre el destino y el papel de ese mismo individuo negado por el sistema?
Afortunadamente, si el individuo es mortal, la masa no lo es. El “pienso luego existo” queda sustituido por el “no pienso luego existo”.
Pero el libro forja la individualidad, presupone el pensamiento, por consiguiente “leer o no leer, esa es la cuestión”.