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Las letras generosas: adiós a Manuel Quiroga Clérigo

por ACESCRITORES
© ANTONIO DAGANZO

Un fallecimiento repentino, en el contexto insólito de un dificilísimo tiempo de pandemia –cuánta consternación, y cómo consolarnos- nos ha dejado sin la alegría y la generosidad incesante de Manuel Quiroga Clérigo (1945 – 2020), sociólogo y hombre de letras bien completo –poeta, dramaturgo, narrador-. A fe que vamos a extrañarlo, porque una generosidad como la suya –incesante, sí, y omnímoda también- deja a su alrededor huella indeleble. La figura de Manuel –madrileño de cuna pero cuya patria, en verdad, era el mundo entero- representaba justo lo contrario de ese gastado arquetipo del artista encerrado en su torre de marfil. Su paso por la Secretaría General de la Asociación Colegial de Escritores de España vino a dar trascendencia, oficialidad –por decirlo de un modo enfático y casi protocolario-, a lo que muchos ya sabíamos: que Manuel tenía a los demás siempre presentes, como una dinamo que alimentaba el mecanismo de sus inquietudes gremiales y cívicas, y como un faro también, gracias al cual sus afanes en el campo de la literatura cobraban sentido último.

Manuel Quieroga, en el centro. En una reunión de la Junta Directiva

Manuel Quiroga en una de las reuiones de la Junta Directiva de ACE en su condición de secretario general.

Afanes creadores y no creadores en su acepción estricta, porque Manuel Quiroga, además de escritor y poeta muy destacado, prolífico y de largos caminos, fue un crítico incansable, y de los buenos: de los que se acercaban a las obras ajenas sin anteponer prejuicios o dogmas. Muy al contrario, su capacidad de análisis –fundada en un amplio conocimiento de las letras de ayer y de hoy- propendía a una mirada empática, y de ahí su habilidad para descubrir la entraña cierta de los libros que caían en sus manos. A ello cabe añadir la preocupación que sentía por la pérdida de espacio, cada vez más acusada, de la reflexión crítica y cultural en los medios tradicionales, y su convencimiento de que las nuevas plataformas ligadas a lo virtual podían paliar eficazmente tan inquietante situación. Multiplicando esfuerzos, Manuel convirtió las reseñas literarias no sólo en un terreno muy fecundo sino también en territorio franco para las revelaciones y sorpresas. Más importante todavía: en un espacio de encuentro donde la amplitud del panorama era exigencia sine qua non.

San Vicente de la Barquera: «el lugar que siempre inspiró e iluminó a tan fecundo artista de la palabra»-

En consonancia con su espíritu expansivo y su natural prolífico, la creación de Manuel Quiroga se nos antoja felizmente torrencial. Sobre todo en el verso, pues, antes que cualquier otra cosa –y no resulta inoportuna ni baladí la reiteración-, Manuel Quiroga Clérigo fue poeta, con cerca de una treintena de libros en su haber. Homenaje a Neruda (1973), Fuimos pájaros rotos (1980), Los jardines latinos (1998), De varia España (1998), Las batallas de octubre (2002), Crónica de aves (2007), Volver a Guanajuato (2012) o Isla / País de colibríes (2017) son algunos de los títulos fundamentales que nos lega, a los que debe sumarse su Alrededor, de 2019; una obra monumental, de 276 páginas, en la que hoy puede verse ya, más que un testamento poético, una suerte de fe de vida al hilo de sus andanzas como trotamundos. Viajero infatigable por Europa, por África, por Asia y por América toda, Manuel Quiroga Clérigo cuajó en Alrededor posiblemente su crónica lírica más detallada y acabada; crónica lírica de desarrollos textuales, articulados fundamentalmente en pletóricos, ubérrimos alejandrinos blancos –menester, por cierto, que acabó convertido en marca de la casa-. Como escribí en su día, en el discurso de Alrededor encontramos “una ambición totalizadora y una sencillez esclarecedora” en torno a “los pasos alrededor del mundo de un destino individual”.

 Pero, junto a aquella vena de largos y pletóricos caminos, donde la maestría formal, el ferviente testimonio, el oficio indeclinable y la riqueza imaginativa forjaron alianzas tan valiosas, Manuel Quiroga Clérigo fue un poeta dotado también para la confidencia, para la revelación sutil, para la lírica desnuda de maletas e impresiones fuertes, para el manejo reverencial de los sagrados dones de la memoria. En este sentido, siempre resaltaré mi predilección por uno de sus poemarios, curiosamente, menos difundidos, más secretos: Leve historia sin trenes, editado en Logroño en 2008. De una muy llamativa concisión -511 versos lo conforman-, el autor quiso explorar aquí los adentros de la realidad misma, proponiendo una especie de “panorámica de la emoción en el curso de la existencia”, como igualmente escribí en su día. “La levedad de cada uno de los instantes evocados, de cada uno de los sentimientos sugeridos”, quedaba al servicio de un verso cuya placidez nos entregaba –y nos entrega aún- “una delicada y sostenida turbación”: la de mirar atrás, en buena medida; incluso a los años primeros, para delimitar hallazgos que hoy, en verdad, nos estremecen. Citando al autor letra por letra, “acaso el sol adolescente llegará a redimirnos”.

“Su gran sueño era conocer Rapa Nui… Allí, tal vez, esté su alma ahora”: eso acaba de decirme, desde Chile, el poeta, fotógrafo y artista visual Theodoro Elssaca, que bien pudo conocer a nuestro amigo. Y no le falta razón, porque, efectivamente, los numerosos y mundiales pasos de Manuel Quiroga Clérigo no alcanzaron a llegar hasta la lejana Isla de Pascua. Desde luego, si no está caminando ahora mismo entre moáis, su espíritu –esa energía que nunca se destruye sino que sólo se transforma- habrá buscado ya la Cantabria de sus amores y reposos; el lugar que siempre inspiró e iluminó a tan fecundo artista de la palabra: San Vicente de la Barquera.

Descansa en paz, Manuel. No dejaremos de leerte y evocarte, compañero, muy querido y generoso compañero. Tu partida nos ha recordado, inevitablemente, aquello que cantara León Felipe: “¿Por qué están hechos nuestros ojos / para llorar y para ver?…”

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