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María Elena Higueruelo: “Va la página en blanco llenándose de signos»

por ACESCRITORES
© MANUEL QUIROGA CLÉRIGO
Habitualmente Rialp, todos los años, iba publicando de manera escalonada cada uno de los libros que habían tenido mejor suerte en el merecido reparto de premios, pero en el caso del “Adonáis” 2019 ha dado a la imprenta los tres libros a comienzos del mes de febrero, seguramente, para que tengamos ocasión de disfrutar de ellos con más prontitud.
De los poemarios galardonados y, lógicamente, de sus autores queremos dar cuenta en esta y en próximas publicaciones.

 

El poemario LOS DÍAS ETERNOS, fue PREMIO ADONÀIS 2010. (EDICIONES RIALP,2020)

Así seguimos. Viviendo del pasado, inventando el futuro. La poesía, a través de ojos jóvenes inaugura cada día el presente. Y hace la vida inmortal. Es la manera que tienen las mujeres y hombres escribiendo versos para manifestar sus intuiciones,  remodelar la existencia.

Ahora una joven de Torredonjimeno, Jaén, patria del insigne Ginés Liébana, llamada María Elena Higueruelo nacida en 1994, Graduada en Matemáticas y Estudiante de Literaturas Comparadas en la Universidad de Granada, nos trae una colección de versos que nos conducen a la antigüedad lírica y nos trae, de vuelta, a los jardines recientes.

Su libro se titula “Los días eternos” y un jurado, seguramente libre de pecado, le ha concedido el Premio Adonáis 2019, por tratarse de “una honda reflexión sobre el paso del tiempo, sometido éste tanto a la inconsciencia del pasado (la infancia y la adolescencia) como a la plena lucidez del presente (la madurez de la autora) y la incertidumbre del futuro”).

Lo cierto es que María Elena parece contradecir a Marcel Proust y se ampara, tal vez, en los versos de un poeta argentino llamado Rodolfo Alonso que nos decía hace años “La vida no es un cuento narrado por un idiota” (puede verse en “Cuadernos Hispanoamericanos”, nº 302, agosto de 1975). En torno a lo de Proust no se pierde el tiempo irremisiblemente cuando, pregunta Higueruelo “¿Cuánto tiempo hace qué…?”.”Somos el tiempo que nos queda”, decía el maestro Caballero Bonald, y no nos van a reducir el peregrinar por la existencia ni los virus ni los gobiernos de coalición. Tal, sólo el amor nos salve. Eso dice la poeta universitaria, (“Nada más que hacer, salvo esperar/bajo esta luz precaria a que se alce/sobre los tejados marrones el día”), o sea, vernos convertidos en lamentables descendientes del pasado. Y de eso hablan los hombres y mujeres que deciden/decidieron escribir poemas para mostrar a los demás el camino de cierta salvación de la inconsciencia, de la que quienes no saben mirar al horizonte o hacer felices a los demás. Luego están los mundos propios, no los horizontes ajenos, o seguir esperando “a que venga Godot”, como anota María Elena, que nunca llega. (Muy recomendable la obra de Samuel Beckett, de gira por España, precisamente, para comprender que nuestra existencia es algo desamparado, ajeno a las decisiones divinas, políticas o ajenas).

Bien, estábamos en “Noche oscura” donde la autora echa mano de la memoria para asumir sus temblores, como dice en “·Todos los días son ayer”, explicito homenaje a la memoria calcinada.

“Luz primera” parece conducirnos al deseo, a la eternidad de las sensaciones, o sea cuando, dice ella,  te vuelves “transparente como el agua”. Es la palabra llevándonos a la realidad. Ahí está “He encontrado un atajo”, poema redondo: “Muchachas de Jerusalén, dejad que mi amor venga/con las manos vacías,/con las manos/sin frutos ni manjares”. Es la solidaridad, el mundo del abrazo, un temblor irremediable, el verso al servicio de la amistad, el amor, la compañía. De “Doble stop”, luego, nos quedamos con dos versos: ”Como solo puede quererse/la eternidad que dura un segundo”, esa descripción de una intimidad convencida y perfecta.

Platón va guiando la inspiración, el trabajo, el convencimiento de la autora. Así aparece al inicio de cada apartado, con un pensamiento del filósofo, una especie de guía, palabras del Libro VII de República. En “La caída”, tercera parte del libro, leemos: “Y si se le forzara a mirar hacia la luz misma, ¿no le dolerían los ojos y trataría de eludirla, volviéndose hacia aquellas cosas que podía percibir, por considerar que estas son realmente más claras que las que se le muestran…?”. Después ya es Higueruela quien toma el timón, penetra en el espacio de los sentimientos propios y ajenos: “No importa cuánto duela:/hay que esculcar en la herida/para extirpar lo que la infecta”.  Es la existencia saliéndonos al encuentro, comunicándonos la realidad de ese mundo temporal que nos acoge y que, sin embargo, nos conduce a la nada: “…tú naces, como yo, para morir;/tu humilde cadáver aplastándose/en las páginas amarillas de los libros/que alimentan la basura de la historia”. Hay una firmeza y determinación en esta poesía sencilla y vehemente pero teñida de realidad, como nos dijo Tomás Segovia. Por eso, ella misma, quiere convencernos de la posibilidad de aspirar a paraíso, aunque sea ocasional, en la tierra que nos tocado hollar: “Sé feliz en el breve instante/en que alguien te haga eterno en su lectura”, afirma la autora.

Acaba el libro con “Noche blanca”, leyendas de lo cotidiano y esperanza para el presente indescifrable: “Al cobijo de una sombra/pronunciaré las palabras más sinceras/despojadas de la imagen y mi nombre”, exclama la autora de “El agua y la sed” (Premio de Poesía Joven Antonio Carvajal/Hiperión 2015). La situación empeora enseguida, a veces nos salva la filosofía, otras el amor pero siempre estamos cerca de algún “Sacrificio”, título del poema donde escribe: “Muerdo mi lengua para callarla; hundo/en el músculo los colmillos; abro /una herida”. Y así continuamos, incluso bordeado el laberinto de los sueños, la innombrable pereza de todas las desolaciones. De eso suelen hablar los/algunos poetas. Pero al final María Elena Higueruela sale a nuestro encuentro y, firmemente, proclama: “Pero estoy viva”, para ir culminando su inmensa e intensa colección de suspiros:  ”…estoy viva y celebro/esta herida que es testigo”. El Leteo, el río del olvido, penetra en la escritura, y también Xanadú y algunos universos extrañamente quietos. “Celebro/ no ser Dios y el poema herido,/hiedra que choca y crece hacia otro lado/como también yo inclino mi cuerpo/siempre en busca de la luz,/ruiseñor maltrecho”, ejercicio de humildad para reconocer que ante la eternidad, el progreso de la ciencia o los virus criminales somos nada. Nada.

María Elena Higueruelo dedica este libro:

“A mis padres, José y Elena/por el apoyo sin condiciones.                                                               

A Toni

  por la luz”.

Majadahonda, 9 de marzo de 2020, madrugada preocupante.

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