Por: Pedro Luis Ibáñez Lérida
Tras la defenestración institucional, el Ayuntamiento de Madrid restituye los nombres de Max Aub y Fernando Arrabal. La cultura española tiene el rictus del Muro de los Lamentos.
EXÉGESIS DE LA PATANERÍA para tratar de aproximarnos a la simpleza. Así podrían titularse los devaneos de la nueva cultura inspirada por la pseuda política que aspira a otros horizontes sin entender los actuales. Y bien, si nadie tiene porque sobreentender que cualquier tiempo pasado fue mejor, lo que sí es cierto es que hay secuencias humanas cuyos relieves permanecen intactos, por más que a algunos les pese que así sea. Quizá sea como aquel haiku de los diecisiete que publicara en 1981 Jorge Luis Borges en su obra La cifra después de su viaje a Japón. La pertinaz escritura se sobrepone a su propio autor, respira por sí misma y toma el rumbo que considera como legítimo. Y ese lugar no es otro que la absolución “La vieja mano / sigue trazando versos / para el olvido”. El olvido es liberación. La espiritualidad del autor argentino no ajustada al verso japonés al no aludir a las estaciones del año a través de alguna palabra –kigo-, no renuncia a la reflexión sobre la fugacidad del tiempo. El tiempo literario es infinito como lo es también el olvido. Entre ambos, la obra. Ahora bien, ¿cómo entender esta exención? Solo desde el rigor intelectual sin matices que arbitra el argumento literario frente a la temporalidad de los que dicen pensar en nombre de la cultura.
CONOCÍ A FERNANDO ARRABAL a su llegada al aeropuerto de Sevilla, en un vuelo procedente de Paris, ciudad en la que reside desde 1955. Era un luminoso mediodía de otoño. Estaba acompañado de su inseparable compañera Luce Moreau que es también escritora y traductora de su obra. Junto al también escritor Juan Clemente Sánchez, fuimos los encargados de facilitarle el transporte hasta la ciudad y lugar de alojamiento. Al día siguiente, concretamente el día 3 de octubre de 2014, se le hacía entrega en los Reales Alcázares del V Premio de las Letras Andaluzas «Elio Antonio de Nebrija«, que convoca la Asociación Colegial de Escritores de España, sección autónoma de Andalucía, ACE-Andalucía, de la que formo parte. Este galardón reconoce la trayectoria y el desempeño de casi toda una vida de dedicación al arte de las letras desarrollada en Andalucía, Ceuta o Melilla por un escritor andaluz, ceutí o melillense. Han sido reconocidos hasta la fecha, Manuel Alcantara, Rafael Guillén, Antonio Gala, Antonio Hernández, Pablo García Baena, Josefina Molina y María Victoria Atencia. La personalidad de Fernando Arrabal detenta un rasgo poco usual, la sencillez, una actitud singular, la generosidad, y un saber estar desde la naturalidad intelectualmente encantadora. Equidistante del personaje fabulador e histriónico que representa en según qué contextos, en la cercanía el autor de la Carta al General Franco recrea el poderoso influjo de la conversación meditada y serena. Tan rica y exuberante en matices humanos como aleccionadora en el ámbito creativo y artístico. Poeta, dramaturgo, ensayista, cineasta, novelista, pintor, autor de libros de artista y de libretos de óperas parcialmente representadas, la excepcionalidad acompaña a su obra y trayectoria vital. Y siempre bajo la mirada asertiva, cómplice y discreta de Luce Moreau, a la que rinde asentimiento cuando trata de corroborar aspectos que señala desde su vasta lucidez. No es de extrañar que en una entrevista, ante la pregunta “¿Qué importancia ha tenido para su obra su mujer? Contestara “Como tiene alas, cuando la beso, planeo”.
ESTAMOS EN UN PROCESO DE “JIBARIZACIÓN” CULTURAL. La reciente controversia suscitada en el consistorio de Madrid con las naves teatrales del complejo cultural Matadero de Madrid, es uno de tantos hitos que inspira esta práctica de reducción simplista. Y no me refiero al cambio de programación inspirado por el director Mateo Feijoo -ganador del concurso convocado por el Ayuntamiento-, dando mayor preponderancia a la danza, perfomance, música o las artes visuales frente al teatro de texto, argumentando que es su objetivo “ rastrear en busca de creadores inconformistas, radicales y transgresores”. Ni en el nuevo nombramiento del espacio como “Naves Matadero. Centro Internacional de Artes Vivas”. Tampoco que ante esta disyuntiva derivada en confrontación más de 250 profesionales vinculados a las artes escénicas hayan firmado un Manifiesto de apoyo y respaldo bajo el título “Una oportunidad”, señalando, entre otros argumentos, que se trata de : “(…) Un espacio que viene a atender un olvido histórico hacia propuestas escénicas que no han tenido un espacio en el que desarrollarse en Madrid. Una solución necesaria a un problema heredado que durante años ha invisibilizado o expulsado de la ciudad a decenas de creadores. Una realidad que hasta ahora sólo tenía cabida en los márgenes de lo público y en episodios fugaces de difícil continuidad: ciclos, festivales o programaciones subsidiarias de los grandes centros de producción y exhibición de las tres administraciones que conviven en la ciudad”. Las salas que llevaban los nombres de Max Aub y Fernando Arrabal –que más inconformismo, radicalidad y transgresión que sus obras- fueron rebautizadas con la funcionalidad de otro tiempo cuando el edificio se dedicaba a su origen inicial: Nave 10 y Nave 11. De esta guisa se nos representa el fenómeno que se alienta por la necesidad de “nombres neutros”. La decisión de la alcaldesa de reponer los nombres de ambos autores tras una carta de disculpa, no minimiza este contumaz empeño en desposeernos de ciertos nombres y apellidos. Este desapego de la cultura por los que circunstancialmente asumen el poder – definidos por Arrabal como “Esos que vienen y van”- desvela la estrechez de su pensamiento frente a la grandeza de la obra de estos autores. Resulta descorazonador que, ajustando el símil al espacio redentor del que hablamos, se mate y desuelle a estos dos autores como al ganado destinado al abasto público. Esto es, en una sala de despiece.
PARADÓJICO QUE LOS EXTREMOS SE UNAN. En el año 2013, la entonces alcaldesa de la capital de España, Ana Botella, tuvo que reponer las letras del Teatro Fernando Fernán Gómez, que fueron depuestas tan solo un día antes del sexto aniversario del fallecimiento del que fuera actor, escritor, guionista, director de cine y teatro y miembro de la Real Academia Española. ¿Cuánto tiempo pasará hasta la próxima vez? El eco del poeta oriolano, en la conmemoración del septuagésimo quinto aniversario de su muerte el pasado 28 de marzo, se retuerce en la memoria como nudo hambriento, “Tristes armas / si no son las palabras. / Tristes, tristes”.
MAX AUB Y FERNANDO ARRABAL no necesitan rótulos. Su único patrimonio, como el de cualquier escritor, es su obra. Honremos la de ambos con su lectura. Ese es el verdadero y único reconocimiento. Aquel que se desprende de caprichos, poses, modos y gestos y nos hace precipitar a los lectores al fondo del abismo o nos eleva a la galaxia en la búsqueda incesante de nosotros mismos, a través de sus respectivas indagaciones a modo de luminarias. Acaso este tipo de iniciativas tengan su atávica raíz en el miedo hacia los que piensan. Aunque, y así lo sentencia el autor melillense, “¿Cómo va a ser peligroso el gesto poético? Si ya no existen los poetas”.