Reseña del poemario de María del Valle Rubio MongeComo si fuera cierto
Por:José Antonio Moreno Jurado
Ante la reciente edición del nuevo libro de María del Valle Rubio, Como si fuera cierto, parece adecuado plantearse la elaboración de un estudio que abarcase de manera general su ya extensa producción poética, producción avalada indiscutiblemente por un buen puñado de premios literarios que nos habla a las claras de su buen hacer y de su perseverancia en los asuntos poéticos. Mi intención, sin embargo, en este momento, se reduce únicamente, como se comprende, por falta de tiempo y de espacio y especialmente por el cansancio de la edad, a indicar o proponer al lector algunas de las claves de Como si fuera cierto, para su correcta lectura y disfrute.
El poemario se encuentra dividido en dos partes, o secciones, que llevan por título Entre dos luces y Ensueño, y cada una, a su vez, según la moda que recorre las últimas décadas de nuestra literatura, tienen al frente una cita de un poeta consagrado, con la idea, supongo, de refrendar o de conferir una especie de jurisprudencia a cuanto el poeta quiere decir. Con frecuencia, semejantes citas están buscadas por el poeta sólo como necesidad de ampararse, de apoyarse en nombres relevantes de la literatura precedente, para proteger cuanto diga en sus propios poemas. Así, entre la cita y lo que el poeta expresa aparece un vacío intolerable, puesto que no se elige la cita por influencia del poeta mayor en el que edita, o por imitación de su estilo. El procedimiento de elegir la cita en María del Valle resulta venir del lado opuesto. Sabe lo que quiere decir y elige lo que los poetas mayores dijeron al respecto. Así, la primera sección lleva una cita de Juan Ramón Jiménez sobre la región, entre dos luces, donde se da el amor, donde se configura o toma cuerpo, mientras la segunda sección lleva al frente una cita de Borges sobre la soledad o, mejor, sobre el sentido de su soledad personal.
Cada parte del libro consta de 21 poemas escritos en verso libre y, sin duda, este número supone la voluntad de la autora en conferir una determinada y concreta estructura a su obra. Curiosamente, y como excepción, dos poemas de la primera sección, Baile-mos y Julio, están escritos en una prosa poética emotiva y juguetona que ahonda en los detalles del momento y de las motivaciones.
Sin embargo, si tuviéramos que explicar en pocas palabras el sentido primero del poemario, diríamos, sin lugar a dudas, que se trata de un estado continuo de desamor. Más aún, un estado continuo de un amor no correspondido, un deseo de volver al amor que aparece y desaparece, un regreso a un estado anterior de enamoramiento, si en realidad lo hubo en las dos direcciones de los amantes, y un regreso a la soledad como efecto inevitable. Por ello, cualquier situación, cualquier detalle, cualquier emoción ante la vida o ante el paisaje son motivo suficiente para volver a la memoria del amor, para traer el amor, dicho fácilmente, al tiempo presente. Como si pudiesen volver a darse las emociones pasadas, los sentimientos y las actitudes. No en vano, la autora puso a su obra el título de Como si fuese cierto. Más sencillamente, volver a vivir lo que no puede vivirse dos veces, si es que en el amor ocurre como sucede en nuestra relación con el tiempo, es decir, no podemos en absoluto volver a vivir lo vivido.
Hay en el libro dos instrumentos lingüísticos que sirven para marcar distancia y, al mismo tiempo, alejamiento del instante amoroso: la utilización de la tercera persona y, con frecuencia, el uso de la segunda persona. La tercera persona significa el alejamiento de lo amado, los mínimos detalles del vivir (una puerta, una plaza, un espacio), mientras la segunda persona nos hace presente al amado, inmediato diríamos, lo transforma en realidad y lo despierta del sueño continuo en el que vive. O de la nada, que viene a ser lo mismo.
Curiosamente, no me ha pasado desapercibida, en las páginas del libro, la continua dedicación de María del Valle a la pintura. No importa demasiado, en este punto de análisis, si su pintura camina hacia el realismo o hacia la distorsión de la realidad en el lienzo. Quiero decir que esa dedicación a la pintura se deja ver de manera admirable en el poema titulado Ciudad y que, seguramente, cualquier otro poeta, no pintor, nos hubiera descrito su ciudad bajo otra perspectiva o bajo otras emociones. Aquí, como se comprende, escribir en tono de pintor significa ver la realidad bajo formas concretas de luminosidad o de sombras. Y, en realidad, el poema se estructura sobre una familia léxica que la autora tiene tanto en su retina como en su pintura: “colores vivos”, “ocre”, “carmín”, “terracota”, “azul” y “siena”. Familia léxica, exactamente, que recorre, por aquí y por allá, el camino constante de sus versos: “cayendo rosa y malva”.
Por lo demás, me emociona pensar que, frente al mundo de la poesía actual, ya sea la poesía escrita y editada en papel o la poesía publicada en las redes sociales, llena por otra parte de un prosaísmo inconcebible, mediocre, acrítico, sin emoción ni canto (tan lejos de las formas prosaicas, pero personalísimas, de Kavafis o Eliot), la poesía de María del Valle Rubio sigue moviéndose aún a través de los entresijos de la imagen y de la metáfora. Como en nuestra tradición europea. Así, nos encontramos: “masticando el dolor”, “masticando el tiempo”, “vuelo entristecido del crepúsculo”, “el olvido pinta con su mano de hollín”, “campanadas como dardos”. Figuras retóricas, como digo, que, al parecer, han desaparecido para siempre de nuestra poesía estrictamente contemporánea.