Por: Carmen Díaz Margarit
Permiso para embalsamar de Encarnación Pisonero Ed. Olifante (Zaragoza)
Zambrano escribió que la poesía tiene su propia razón. La de Pisonero tiene su razón, su espíritu y su inspiración. Esta poeta verdadera con fuerza personal y trayectoria impecable publica este poemario cuyo tema aparente es la muerte, aunque no se abandona en lo descarnado o violento. Es una sublimación lírica de los muertos, “los que nos dejaron solos”.
La muerte está tan integrada en la emoción y el dolor de la poeta que en el poema trasciende de forma poética, dejando a un lado la propia anécdota que es la muerte misma. Esta transformación nos revela que el verdadero tema del libro es el amor. Es un aquelarre místico en el que la autora solicita el permiso para embalsamar a sus muertos dignos de todo su amor, “pues aguas inmensas no podrán apagar el fuego del amor”.
Permiso para embalsamar es un alarde de atrevimiento y genialidad. Decía Bousoño que para escribir un poemario hay que creerse un genio al menos durante un momento. Para realizar el juego poético de trasladar a poesía un poema en prosa sin duda es necesaria una osadía sólo propia de poetas verdaderamente geniales, como Juan Ramón, que ya hiciese este mismo juego a la inversa. Sin embargo, este ardid se convierte en menor cuando la poesía de Pisonero nos deslumbra con sus juegos de palabras, sus cabales metáforas, su pensamiento, su creatividad y su solemne poema siempre.
El libro, de exquisita presentación, juega con tres géneros, la prosa, el poema y la poesía visual. La transformación de la prosa en el verso es una constante transformación de la palabra a la sugerencia, ágil y cabal. La poesía visual comienza siendo una intromisión en la lectura de la prosa y los poemas para acabar por deslumbrar a medida que llegamos al final de la lectura del libro, integrándolo todo en un único universo, pues el sentido irónico del libro es conseguir de la Administración el permiso para embalsamar.
Esta lectura ha sido una revelación personal para mí, me ha devuelto de repente al duende, a un universo de gozo estético que se me había muerto. Parafraseando a la autora, “si los pensamientos pueden llegar tan lejos, será porque el cerebro de Encarna Pisonero tiene alas”.