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Se nos ha ido Ramón Hernández

por ACESCRITORES
El pasado domingo, 19 de mayo, de madrugada, falleció Ramón Hernández, uno de los que autores que  edificaron ACE  en los años finales del franquismo junto a Ángel María de Lera, nuestro fundador. Socio de nuestra entidad desde entonces, perteneció, durante varios mandatos, a su Junta Directiva. Un gran escritor. Un hombre comprometido con los derechos de los autores y de las autoras. El escritor y amigo de Ramón,  Alberto infante, nos ha dejado esta semblanza.
© Alberto Infante

Se nos ha ido Ramón Hernández. Junto a María Jesús, su compañera de tantos años, un reducido grupo de familiares y amigos lo despedimos en el cementerio de Guadalajara una brillante mañana de mayo rodeados de cipreses, flores y canto de mirlos. Supongo que a él, amante de la belleza y de la vida, eso le habría gustado.

Se nos ha ido Ramón, pero se queda. Se queda en sus novelas, desde la primera (El buey en el matadero, 1966 -reeditada después con el título de Presentimiento de lobos) hasta la última (Delirium, 2006) pasando por la celebrada Palabras en el muro (1969, que The Times calificó como “la mejor novela publicada en España en los últimos años”), Pido la muerte al rey (1979), Davos Platz (1998) o Curriculum Vitae (1999) por citar solo algunas de las más destacadas. Una producción que, con más de veinte títulos, compone una de las más originales y consistentes aportaciones a la narrativa española de la segunda mitad del siglo XX. Novelas donde, se ha dicho, “la realidad y la imaginación, el mundo onírico y la locura no son simples alternativas entre las que se puede o se debe escoger” sino “manifestaciones inseparables de aspectos fundamentales de los mundos donde habitan sus personajes.” Indagador de los efectos del absurdo que caracteriza la vida actual sobre la mente de sus protagonistas, creador de un lenguaje y una estructura narrativa tan personales como envolventes, las novelas de Ramón Hernández, ajenas a cualquier localismo, desbordantes a veces, sorprendentes siempre, conectan con las más profundas inquietudes y aspiraciones de los seres humanos. Todavía más: a poco que nos fijemos nos daremos cuenta de que para Ramón Hernández, como para casi todos los grandes novelistas, el estilo -su estilo- hace el relato. Aunque, mejor que cualquier análisis de su obra, quizá convenga leer el cuento titulado El último hombre, la mujer primera incluido en su libro de relatos Diáspora (2004) para, en poco más de cuatro páginas, sumergirse de lleno en su irrepetible universo literario.

Allí arriba / sobre las nubes viendo / todos los paisajes / no sentir miedo / no esperar a nadie / no tener vértigo / estar allí sin cuerpo / apoyado en el aire / respirando el universo.

Ramón se nos queda también en su obra poética, menos extensa (solo dos libros: Acuario en Capri -2011 y Boomerang -2015), pero de alto vuelo y que muestra la profundidad de sus sentimientos, la extensión de sus lecturas y su extraordinario compromiso vital. Durante el sepelio se leyeron dos poemas breves y hermosos. Se hubieran podido leer más que testimonian su simpatía hacia los oprimidos, su intenso lirismo existencial, su fina ironía y su sarcasmo. No me resisto a reproducir uno, titulado gloria in excelsis, que traduce, con extraordinaria economía de medios, su personal manera de anticipar la trascendencia: allí arriba / sobre las nubes viendo / todos los paisajes / no sentir miedo / no esperar a nadie / no tener vértigo / estar allí sin cuerpo / apoyado en el aire / respirando el universo.

Y para quienes tuvimos la suerte de conocerlo y tratarlo, se nos queda en la multitud de situaciones y anécdotas que compartimos. Porque Ramón era, ante todo, una persona cariñosa y querible, alguien que disfrutaba los buenos momentos de la vida, es decir, conversando, comiendo, bebiendo y cantando con amigas y amigos. Y, como diría un castizo, “sacándole punta a todo”. Su ingenio era rápido, agudo, surrealista a veces. Sus respuestas heterodoxas. Sus puntos de vista inesperados.

Ramón Hernández publicó en las mejores editoriales, se codeó con escritores famosos, fue invitado a enseñar en universidades estadounidenses y junto con su gran amigo Ángel María de Lera, cofundó la Asociación Colegial de Escritores de la que fue secretario durante muchos años. Algunos todavía recordamos que su nombre figuraba en la versión abreviada del diccionario Espasa que nos acompañó durante el final del bachillerato y los primeros años de la carrera. Otros y otras  más jóvenes- lo recuerdan citado en el manual de lengua y literatura con que prepararon el COU. Y, sin embargo, fue una persona sencilla, que vivió de su trabajo como perito agrícola, ajeno a cualquier presunción, a cualquier soberbia. Disfrutó su momento de gloria y cuando la fama, siempre ingrata, se olvidó de él, no mostró resentimiento alguno, pues siempre tuvo claro qué cosas importan de verdad en la vida. Nunca olvidaré las charlas que mantuvimos en la desaparecida cafetería La Flecha, cercana a su casa de la madrileña calle del general Pardiñas, atiborrada de papeles, libros y fotos que él llamaba, cariñosamente, “el sotanillo”.

Hablábamos de todo y de todos. De su infancia en el castigado Madrid de la inmediata posguerra, de su juventud en tierras alcarreñas, de su familia, de sus primeros pasos en el mundillo literario, de los amigos que se le habían ido, de los pocos que le quedaban, de los nuevos que aparecimos cuando pensaba que nadie se acordaba de él. Pero, sobre todo, hablábamos de literatura, de su devoción por Calderón y por Valle-Inclán, por Dostoyevski, por Lorca, por Faulkner. Más de una vez salí de allí pensando que Ramón afrontaba la vida con la actitud, candorosa y solidaria, y algo iconoclasta, de un cristiano primitivo. En todo caso, quienes lo tratamos durante sus últimos años lo recordaremos por la calidez que emanaba y por el hondo hueco que su partida nos deja.

Sobre la lápida de su tumba, donde también está enterrada su madre, figura una inscripción que es el título de una de sus novelas más conocidas: Eterna memoria (1975). Hasta siempre Ramón. Te echaremos de menos.

La redacción de ACEscritores.com ha rescatado el artículo que, hace ocho años, Ramón Hernández escribió destacando la importancia de nuestra entidad y evocando el tiempo en que fue fundada por ñAngel María de Lera: ARTÍCULO DE RAMÓN HERNÁNDEZ.

 

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